
NUEVO ESTADIO ARTIGAS: Informe especial sobre el avance de las obras
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Entre montes limpios, luces suaves y la calidez de su anfitriona, este rincón campestre invita al descanso, la pesca, la charla y la paz
Entrevistas Exclusivas09 de junio de 2025En las afueras de Paysandú, a pocos kilómetros por Ruta 3, el camino nos invita a detenernos, entre árboles, con monte nativo a un lado y el sonido del río Queguay corriendo limpio y manso al otro. Ahí está Puerto Peñasco, un lugar que no es complejo turístico ni hostal ni chacra. Es algo distinto: una experiencia real de campo, de esas que se sienten más que se describen. Y al frente está Momo, una mujer, amable, cálida, y sobre todo, auténtica.
“Acá venís, entrás y sos dueño del lugar. No hay recepciones ni tarjetas. Es de sol a sol. Llegás cuando el sol sale y te vas cuando baja. Todo tranquilo”, dice ella, con una sonrisa que no necesita protocolo.
El corazón del lugar es un estar campestre decorado con antigüedades que parecen salidas de otra época. Una vitrina con tazas de porcelana, lámparas viejas, bancos de madera, y detalles sencillos que le dan al ambiente un aire de museo rural habitado.Las luces son tenues, el entorno es sereno, y cada rincón invita a sentarse a tomar un té, mirar el atardecer o simplemente dejarse estar.
“No me gusta la montonera. No me gusta la música fuerte. Acá el placer es escuchar los pájaros, el río, el silencio. Charlás, caminás, tomás un mate. Eso es lo primero que se ofrece: tranquilidad, paz, y felicidad. Eso acá es ley.”
Las cabañas, dice Momo, son “más que una carpa y menos que una casa”. Y lo explica así: “Están prontas, tienen buena cama, colchón, almohadas, luz. No precisás más para descansar bien. Estás en el monte, con vista al Queguay. ¿Qué más?”
La estadía en las cabañas cuesta 1.000 pesos por persona con desayuno incluido. Si viene un hijo o un tercer huésped, paga 100 pesos adicionales por el desayuno. “Y si alguien quiere quedarse varios días, hablamos, hacemos una promoción. Todo se arregla con Momo”, dice, entre risas.
También se puede acampar: por 400 pesos por persona al día, quien traiga su carpa tiene derecho a instalarse en el predio y disfrutar de todos los espacios. Si solo se quiere pasar el día, el costo es 300 pesos por persona, sin límite de horas: de sol a sol.
Uno de los mayores tesoros del lugar es su orilla del Queguay: más de 500 metros de costa limpia y sin contaminación, rodeada de monte nativo cuidado con esmero.
“Podría haber hecho mi casa ahí, con vista al río, pero no lo hice. Lo cuidamos como oro. Está sano, limpio, y es de todos los que vienen. Acá el monte es un sueño. Y la gente que viene lo respeta, lo cuida, no deja basura. Lo agradecen”.
En el Tajamar del predio, los visitantes pueden pescar tarariras, y según Momo, “si se saca una grande, que se la coma feliz. Las chiquitas, mejor devolverlas”. En el río también hay pesca, aunque más difícil desde la orilla. “Muchos van embarcados. Desde la costa, sacás mojarritas, pero igual, todo es un disfrute”.
Para quienes se animan al agua, hay kayaks disponibles, pero con reglas claras: “No dejo meterse a cualquiera. Si no sabés nadar, no entrás. No es por ser mala, es por cuidado. En el Tajamar, con chaleco, sí. Pero en el río, no. Hace 15 años que estamos y nunca tuvimos un problema”.
Para los más activos, hay una cancha de fútbol rústica que usan chicos y grandes. Y ahora Momo sueña con otro proyecto: un driving de golf, una zona para tirar pelotas.
“No tengo cancha, pero sí espacio. Vi cómo lo hacían en otros lados y me encantó. La gente viene, practica, se divierte. Es algo más para ofrecer”.
La comida es otro punto fuerte de Puerto Peñasco. No hay carta. No hay menú en pizarra. “Vos venís, preguntás, y yo te digo qué hay. Comida casera, rica, como en casa. Por 400 pesos te doy entrada, plato principal, postre. ¡Y quedás pipón!”
¿Asado? No se sirve. “Porque todos se creen expertos en asado. Mejor que cada uno traiga lo suyo y lo haga como le gusta. Acá cocinamos otras cosas: ñoquis caseros, pollo a la crema, tartas, carnes a la cacerola. Y después, a la tarde, el té con tartas es una delicia. De manzana, pecan pie… soy fanática del té”.
Lo más valioso del lugar no se cobra: el tiempo. “Acá nadie te apura. Yo no ando atrás de nadie. Cuando venís, me decís qué querés hacer, y después sos dueño del lugar. Charlás, pescás, dormís, caminás. Todo a tu ritmo”.
Momo lo resume así: “La gente cuando se va me dice: ‘Momo, me sentí feliz’. Y eso es lo que me importa. Que se vayan contentos”.
Para visitar Puerto Peñasco, no se necesita más que llamar directamente a Momo al 098 04 81 81. No hay reservas en línea ni check-in digital. Es a la antigua, como el lugar mismo: directo, sencillo, y con el corazón.
Puerto Peñasco no es un lugar para pasar, es un lugar para quedarse. Aunque sea un rato. Y después, seguro, volver.
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